En el libro de Proverbios encontramos la pregunta: “¿Quién subió al cielo, y descendió?” (cap. 30:4). Muchos siglos más tarde Jesús dio la respuesta: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo” (Juan 3:13). El apóstol Pablo precisa: “El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos” (Efesios 4:10).
Estamos ante un hecho extraordinario: Jesucristo descendió del cielo, dejó ese lugar de felicidad donde se hallaba desde la eternidad para venir a una tierra degradada por el pecado y habitada por hombres que lo iban a crucificar. Entonces surge la pregunta: ¿por qué descendió? Porque el Dios de amor no podía dejar a los hombres en la desolación. Su amor quería liberarlos, pero su santidad exigía que sus pecados fuesen expiados. Este fue el motivo por el que Cristo vino para reconciliarnos con Dios mediante su muerte en la cruz. A partir de ese momento, Dios ofrece su perdón a todos los que reconocen su culpabilidad y, a la vez, el pleno valor del sacrificio de Cristo.
Esta obra perfecta fue cumplida para honra y gloria de Dios, para salvar a los hombres. Luego, el mismo que descendió, también subió al cielo. El Señor Jesús “se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3).
Pronto Jesús volverá y llamará a todos los que creen en él; les dará cuerpos semejantes al suyo y los llevará a la casa de su Padre.
“El Señor mismo con voz de mando… descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego… los que vivimos… seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes. 4:16-17).
Job 41 – Santiago 2 – Salmo 136:23-26 – Proverbios 29:3-4