De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
Ahora somos hijos de Dios… sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él.
– No soy lo que era: Cuando acepté al Señor, pasé de las tinieblas a la luz. Por su Espíritu, Dios hizo de mí un nuevo ser. Pasé por un nuevo nacimiento, un nacimiento espiritual. Veo las cosas de forma diferente y no razono como antes. Mi comportamiento hacia Dios y hacia mi prójimo ya no es el mismo, pues ahora mi prioridad es agradar a mi Salvador. Ahora pertenezco a una nueva familia formada por todos los creyentes en Jesús.
– No soy lo que seré: ¡Todavía estoy en la tierra con muchas flaquezas y limitaciones! Mi cuerpo solo es una tienda, es decir, una morada frágil y provisional (2 Corintios 5:1). Aspiro a un hogar eterno, a un domicilio celestial. Un día lo mortal será absorbido por la vida (2 Corintios 5:4), la victoria será completa y seré semejante al Señor. Estaré para siempre con él en la casa del Padre (Juan 14:1-3).
– No soy lo que debería ser: A pesar de mi nueva vida como creyente, mi conducta está lejos de ser perfecta, cometo faltas que me avergüenzan. Pero Dios previó un recurso para levantarme: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Juan 1:9). Estoy en un estado transitorio, tengo en mí la vida de Dios y, a la vez, el mal asociado a mis antiguas costumbres. Pero consciente de mi debilidad, aprecio plenamente los cuidados fieles del Señor. Puedo decir como el apóstol Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10).