Dios confió al profeta Jonás la misión de llevar un mensaje a los habitantes de Nínive, grande metrópoli de su tiempo. Eso no le gustó, pues tenía que decirles: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). Pensando escapar de Dios y de su misión, Jonás decidió huir en un navío. Pero Dios se ocupaba de él y envió una tempestad. ¡Jonás dormía! La nave estaba a punto de romperse, y los marineros, presos del pánico, despertaron a Jonás. Él les confesó que por su causa había venido esa tempestad, debido a su desobediencia. Entonces les pidió que lo echasen al mar para que la tempestad se calmase.
Así, Jonás fue lanzado al mar, pero Dios no permitiría que su profeta se ahogase. ¡Preparó un gran pez para que lo tragase! Preservado milagrosamente, Jonás pasó tres días y tres noches en el vientre del pez, lejos de toda ayuda humana.
Entonces, desde el fondo de su angustia, clamó a su Dios. Ese Dios del que huía, ¿lo escucharía en ese lugar insólito donde nadie podía verlo? En la Biblia leemos: “Invoqué en mi angustia al Señor, y él me oyó”. Mientras seguía en el vientre del pez, sabía que Dios lo había escuchado. Y Dios mandó al pez que vomitase a Jonás en tierra firme. Luego Jonás cumplió la misión que Dios le había encomendado. Cristianos, a veces nuestra desobediencia a Dios nos lleva a una situación desesperada. Aun allí, podemos clamar a Dios confesando nuestro camino erróneo. Con toda seguridad seremos escuchados.
Oseas 9-10 – Filipenses 1 – Salmo 107:17-22 – Proverbios 24:5-6