Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
En pocas palabras el versículo arriba citado describe cómo, gracias a su obra en la cruz, Jesucristo se hizo cargo del pasado, del presente y del futuro del creyente.
– Por nuestro pasado: Cristo llevó el castigo que merecían nuestros pecados, murió en nuestro lugar, el justo murió por los injustos. El que cree en tal amor, en el valor de ese sacrificio, y lo acepta para sí mismo, es perdonado. Dios lo declara justo. En consecuencia, tiene la paz con Dios. Ya no hay más obstáculo entre él y el Dios santo, pues Dios quedó plenamente satisfecho mediante la obra de su Hijo.
– Para el presente: a esos justos, quienes tienen la vida de Cristo, Dios los considera como sus hijos: él los adoptó, los ama, ellos gozan de su favor. Sus ojos descansan con bondad sobre cada uno de ellos. Y Dios nuestro Padre se goza cuando sus hijos se conducen según el ejemplo de Cristo en este mundo. Él vela sobre cada uno de nosotros. Nos habla mediante su Palabra. Escucha nuestras oraciones y las responde. Se encarga de nosotros cada día. Entonces nuestra vida es una vida de comunión con Dios el Padre y con su Hijo.
– Nuestro futuro también está bien asegurado. Al final de nuestra existencia en la tierra, esta vida de comunión con Dios hallará toda su dimensión cuando, en un abrir y cerrar de ojos, seremos llevados por Jesús a la gloria de Dios. Esta esperanza gloriosa no es pretensión. Ella descansa únicamente en la obra perfecta de Cristo y en lo que Dios dijo en su Palabra, que es la verdad.