El agua es uno de los principales elementos que entran en la formación de un árbol. Según las variedades, ella representa entre 30 y 80% de sus elementos. Para compensar la evaporación, el árbol debe sacar constantemente una gran cantidad de agua de la tierra.
Sucede lo mismo con el creyente. Si quiere crecer espiritualmente, debe beber sin cesar de la fuente espiritual: el Señor Jesús. En la práctica esto significa vivir cerca de él mediante la oración y la lectura de la Biblia. El contacto con otros creyentes enriquecerá esta relación.
Cada día vivido cerca del Señor nos hace progresar y nos arraiga en su amor (Efesios 3:18). Pero como el árbol está sometido al calor del verano, nuestras vidas también pueden ser turbadas por las dificultades: problemas familiares, enfermedades, desempleo, e incluso incomprensiones entre cristianos. Hay razones para estar inquietos, desanimados y abatidos, pero la Biblia afirma: “No se fatigará”, e incluso no “dejará de dar fruto”. El que deposita su confianza en el Señor siente las dificultades, sufre debido a ellas, pero permanece firme y sereno. La prueba se convertirá en una nueva ocasión para experimentar la gracia de Dios.
Ese follaje permanece verde: lo que vemos del creyente, su paz, su serenidad, no es afectado por lo que atraviesa. Su confianza en Dios no se evapora bajo la presión de las dificultades. Incluso aislado, toma el alimento directamente de Dios, para llevar fruto, es decir, para mostrar en su conducta los caracteres del Señor.
2 Reyes 1 – Romanos 8:1-17 – Salmo 65:9-13 – Proverbios 16:13-14