A menudo, abrumados por el gran número de actividades diarias, corremos el riesgo de olvidar que el tiempo es un bien precioso que se va inevitablemente. Nuestra vida es un poco como la llama de una vela que se enciende cuando nacemos y luego se consume. Cada día nos acerca al momento en que se apagará. Todo lo que tenemos está condenado a desaparecer en un futuro más o menos cercano. Tendremos que decir adiós a los bienes materiales, a las competencias, a la reputación… ¡La muerte nos hará dejar para siempre este mundo de seres y de materia! Y debemos reflexionar en ello…
Entonces, ante este plazo, ¿cómo emplear con sabiduría la vida que nos fue dada, antes de que se consuma totalmente? La Biblia declara que “las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18).
La Palabra de Dios también distingue dos tipos de riquezas, y es fundamental conocer qué las diferencia.
La verdadera sabiduría consiste en buscar estas riquezas, que conservan su valor durante la eternidad.
2 Samuel 22:1-30 – Hechos 10:25-48 – Salmo 28:6-9 – Proverbios 10:26