“Nací en un país del Magreb. Trataba sinceramente de agradar a Dios, pero siempre sentía un vacío que no lograba identificar. Mis compañeros me decían que para ser perfecto solo me faltaba la oración. A lo que les contestaba:
– Para acercarme a Dios necesito más que esto. ¡Es en mi corazón donde hay un vacío!
– Pero precisamente tienes muy buen corazón, haces mucho bien y amas a todo el mundo, me decían mis amigos.
– No, eso no tiene nada que ver.
Un día vi en la televisión un programa en el que se anunciaba:”Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar“(Mateo 11:28). Este versículo de la Biblia me emociona todavía hoy.
Luego me encontré con un compañero quien me dijo que era cristiano. Le dije que me gustaría ir a la iglesia y él me dio una dirección. El culto empezaba a las 10 de la mañana. Viendo llegar a los cristianos, me impresionó su sencillez. ¡Hombres, mujeres, jóvenes y mayores se saludaban con amabilidad, sin hacer diferencias! ¡Aquello me conmovió! Era exactamente lo que yo anhelaba, es decir, una real simplicidad, un cariño verdadero y un amor fraternal.
A partir de ese día fui regularmente a las reuniones cristianas. Descubrí que no podemos ir al paraíso por medio de las buenas obras, los sacrificios o por respetar ciertas reglas, sino mediante la fe en el Señor Jesucristo”.
1 Samuel 10 – Mateo 9:18-38 – Salmo 9:1-10 – Proverbios 3:11-12