Una pintura de Miguel Ángel evoca la creación de Adán: Dios tiende el brazo al hombre que, con su mano tendida, trata de tocar a su Creador.
Dios hizo más que tender la mano a su criatura: descendió hacia el hombre y se hizo hombre en la persona de su Hijo Jesucristo. Con compasión sus manos tocaron a los enfermos, a los ciegos, a los sordos, a los mudos, a los paralíticos, e incluso a leprosos, esos marginados. Jesús tocó el féretro en el que reposaba un muerto, el hijo único de una viuda, y dijo: “Joven, a ti te digo, levántate” (Lucas 7:14).
Esta mano que creó la tierra (Isaías 48:13) también creó al hombre: “Tus manos me hicieron y me formaron… como a barro” (Job 10:8-9). Su mano está pronta para socorrernos (Salmo 119:173) y librarnos.
Pero el hombre, en su maldad, clavó a Cristo en la cruz. Jesús, después de su resurrección, dijo a sus discípulos: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved… Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies” (Lucas 24:39-40).
Ahora Jesús le tiende la mano. Esta mano traspasada es la prueba imborrable de su amor. Darle la mano es aceptar que él murió en nuestro lugar, cargando con nuestros pecados. Esta mano amorosa pide la nuestra, y aún más, pide nuestro corazón. “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
1 Samuel 7-8 – Mateo 8:23-34 – Salmo 7:9-17 – Proverbios 3:7-8