El Señor está cerca: Viernes 31 Julio
Viernes
31
Julio
Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado.
Juan 15:9
Somos amados como el Padre ama al Hijo

Este es, sin duda, uno de los versículos más asombrosos de toda la Biblia. ¿Quién podría sondear los detalles insondables de ese amor que, desde la eternidad, habita en el seno del Padre hacia su Hijo? Sin embargo, esta es la medida que Dios nos da de su amor hacia nosotros. Nada es más profunda ni misteriosamente sublime que la comunión íntima entre el Padre y el Hijo antes de que el mundo fuese. Las Escrituras apenas nos permiten vislumbrar esta realidad con algunas revelaciones tenues y veladas.

Sabemos que, incluso en el plano humano, el afecto crece y se fortalece con los años de comunión continua. ¿Cuánto más profundo habrá sido ese intercambio de amor divino, eterno, sin principio ni fin? El amor de Dios no es cambiante, frágil ni incierto, sino puro, constante y sin sombra de variación. ¡Cuando aún no existía el tiempo ni el espacio, el amor de Cristo hacia nosotros ya era real!

El profeta Sofonías declara: “Se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof. 3:17). Y el propio Señor Jesús dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (Jn. 10:17). Dios no necesitaba del amor fatigado de las criaturas para aumentar su gloria o su gozo; sin embargo, su amor por nosotros es tan intenso que, en un sentido maravilloso –si tal cosa pudiera decirse–, ama aún más a su Hijo amado por haber entregado su vida por los culpables.

Cuando se nos dice que “Dios es amor” (1 Jn. 4:16), no se nos presenta simplemente una cualidad abstracta de su naturaleza. Se nos dice que “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (1 Jn. 3:16).

¡Cuán pobres y pálidas son nuestras mejores expresiones de amor comparadas con las suyas! Nuestro amor es como el reflejo frío de la luna; el suyo, como el sol en toda su gloria. ¿No responderemos, entonces, con mayor amor a Aquel que nos amó primero y que tanto nos ama?

J. R. MacDuff