La dispensación de la gracia de Dios es la forma que él tiene de tratar con la humanidad en el presente, en contraste con la dispensación de la Ley en el Antiguo Testamento. Esta dispensación actual continuará hasta la venida del Señor Jesús por su Iglesia, en el arrebatamiento.
El misterio de esta dispensación fue revelado a Pablo, no por medio de su propio entendimiento o discernimiento, sino mediante una revelación directa de parte de Dios. Se le llama “misterio” no porque sea algo místico o enigmático, sino porque era una verdad que había permanecido oculta en las épocas pasadas (v. 5). Aunque en el Antiguo Testamento pueden encontrarse figuras o tipos que aluden a la Iglesia –como la esposa de Cristo, el edificio de Dios o una compañía sacerdotal–, la verdad fundamental de un solo cuerpo de Cristo no fue revelada entonces.
En tiempos pasados, judíos y gentiles eran considerados grupos completamente separados. Solo ahora se ha dado a conocer que, “en Cristo”, los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del evangelio. Esta unidad profunda y espiritual entre judíos y gentiles es algo totalmente nuevo en relación con los tiempos del Antiguo Testamento.
Es significativo que el principal mensajero de esta verdad fuera un judío: el propio Pablo, a quien Dios eligió de manera directa y poderosa. Pablo deja claro que no fue escogido por mérito personal, sino precisamente por su insignificancia, para que la atención no recayera en el mensajero, sino en las insondables riquezas de Cristo (v. 8). Jamás olvidó que fue la pura gracia de Dios la que lo rescató de su antiguo estado orgulloso y rebelde, para hacerlo heraldo de tan grandes riquezas entre los gentiles.