Los reyes de Sodoma, Gomorra y de otras tres ciudades cercanas habían estado sometidos a Quedorlaomer durante doce años. Pero en el decimotercer año se rebelaron, en lo que constituye la primera sublevación registrada en las Escrituras. Al año siguiente, Quedorlaomer, junto con otros tres reyes aliados, emprendió una campaña militar imparable, obteniendo victoria tras victoria en toda la región. Derrotaron a las cinco ciudades rebeldes y se llevaron cautivos tanto a sus habitantes como todos sus bienes, incluyendo a los de Sodoma y Gomorra.
Lot, quien en un principio había levantado “sus tiendas hasta Sodoma” (Gn. 13:12), ahora vivía dentro de aquella ciudad perversa. ¿Se sentiría quizás más seguro allí? Si fue así, su expectativa resultó trágicamente equivocada, pues él mismo, junto con todo lo que poseía, fue capturado y llevado lejos por los reyes del Este. Este mundo, con toda su aparente seguridad, nunca es un refugio seguro para el creyente.
Cuando Abram, que residía en Hebrón –nombre que significa «comunión»–, se enteró de la captura de su sobrino, reunió a sus 318 siervos entrenados y marchó al rescate con el apoyo de tres vecinos aliados. En una operación nocturna, Dios le concedió una victoria sobre estas poderosas fuerzas del Este. Abram recuperó no solo a Lot y sus bienes, sino también todos los bienes saqueados por los invasores, así como a las mujeres y demás cautivos.
Todo lo que Lot había ganado al acercarse y finalmente asentarse en Sodoma no duró mucho. ¡Cuán cierto es que la falsa seguridad del mundo se desmorona rápidamente! ¿No es mucho mejor, entonces, unirnos a David y decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación” (Sal. 62:5-6)?