La Epístola a los Hebreos llama a los creyentes a salir de las sombras del judaísmo, presentándoles al nuevo Sacerdote: Cristo, tipificado en Melquisedec. Este misterioso personaje sirve como figura de Cristo, y no tanto en su semejanza a Aarón, sino más bien en contraste con él. Consideremos estos contrastes.
El sacerdocio aarónico se transmitía por linaje. Solo podían ser sacerdotes quienes pudieran demostrar su descendencia de Aarón. Aquellos que no podían probar su genealogía eran excluidos del ministerio sacerdotal (véase Esd. 2:62). Era, por tanto, un sacerdocio sucesorio.
Pero ¿qué es lo que vemos en Melquisedec? No hay registro de su nacimiento, sus padres, sus descendientes ni siquiera de su muerte. No se nos presenta su registro genealógico, no recibió su oficio de ningún predecesor ni lo transmitió a sucesor alguno. Esto no significa que careciera de familia o que fuera inmortal, sino que no existía registro de estos detalles en relación con su sacerdocio. En estos aspectos, él era “semejante al Hijo de Dios”. Por otro lado, Cristo permanece como sacerdote “para siempre”. A diferencia del servicio sacerdotal de los hijos de Aarón, que naturalmente se interrumpía con la muerte, el sacerdocio de Cristo se caracteriza por “el poder de una vida indestructible” (He. 7:16).
¡Qué bendición tener un Sacerdote que vive para siempre! A diferencia de los sacerdotes levíticos, cuyo servicio cesaba con la muerte, Cristo vive eternamente porque ha vencido a la muerte, viviendo siempre para interceder por nosotros (véase He. 7:25). Por eso es plenamente capaz de salvar perpetuamente (“completamente” NBLA) a los que por medio de él se acercan a Dios. Este no es un pasaje evangelístico, aunque a veces se cita como tal. Está dirigido a los creyentes, recordándonos que necesitamos Su continua intercesión y ayuda mientras caminamos por este mundo rumbo a la gloria. Nuestro Melquisedec celestial ora por nosotros en todo momento.