Más dinero significa más opciones. Pero esas opciones pueden ser desastrosas, como le ocurrió al hijo pródigo. Recibió una gran suma de dinero repentinamente, pero sin un crecimiento paralelo en sabiduría. El resultado fue predecible: se marchó a un país lejano y malgastó sus bienes viviendo perdidamente. Sus gastos fueron excesivos y despilfarradores, y no faltaron quienes se aprovecharon de su imprudente liberalidad. Así, pronto lo perdió todo. Por impaciencia e insensatez, sus ventajas terrenales se diluyeron. Sin embargo, ¡la Biblia nos muestra que el dinero puede ser mucho más útil que esto! Cuando se usa para el Señor, se convierte instantáneamente en un tesoro en los cielos, donde nunca se corrompe ni pierde su valor (véase Lc. 12:33). Pero aún más precioso que eso son los resultados intangibles de tal inversión. Pablo menciona varios de estos frutos en su Carta a los Filipenses. En primer lugar, el dar es una forma de comunión (véase Fil. 1:5; 4:14; 2 Co. 8:4). Al contribuir para las necesidades de los siervos del Señor, por ejemplo, no solo se les ayuda materialmente, sino que se les anima y se les muestra compañerismo; sienten que sus hermanos en la fe no se han olvidado de ellos.
Aún más importante es que Dios tiene en alta estima estos dones. El dinero entregado con este propósito se convierte en “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Fil. 4:18). Él lo recibe como un fruto espiritual en la vida de aquel que da (véase Fil. 4:17; He. 13:16; Ro. 15:28). ¿Quién hubiera imaginado que algo tan temporal como el dinero podría producir resultados espirituales tan significativos?
Ya que más dinero significa más opciones, la verdadera pregunta es: ¿qué haremos con lo que tenemos? Las cosas lujosas pueden parecer atractivas, pero son pasajeras; además, pueden convertirse en un sumidero que drena nuestras oportunidades futuras (véase Pr. 21:17). En cambio, dar cristianamente es la manera de hacer que nuestro dinero permanezca para siempre.