El apóstol presenta “la gracia de Dios” como el fundamento de todas nuestras bendiciones cristianas. Aprendemos que la gracia no solo nos concede bendiciones, sino que también nos instruye sobre cómo vivir en este mundo presente.
En realidad, teniendo en cuenta que “todos los hombres” han pecado y no alcanzan la gloria de Dios (Ro. 3:23), lo normal sería esperar que se manifestase el juicio de Dios en lugar de su gracia. Sin embargo, lo asombroso es que la primera venida del Señor Jesús trajo la gracia de Dios a este mundo; porque, mientras que la Ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Como se nos dice en Juan 3:17: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Por tanto, aunque todo el mundo es culpable ante Dios, “la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres”.
La gracia también nos enseña a vivir sobria, justa y piadosamente en este mundo:
Sobriamente: librándonos de tener ideas elevadas acerca de nosotros mismos.
Justamente: nos instruye a actuar rectamente para con los demás.
Piadosamente: nos guía a actuar con un espíritu de reverencia, andando en secreto delante de Dios.
Viviendo así, el cristiano presenta una vida equilibrada, que se convierte en un verdadero testimonio de la gracia de Dios en medio de un mundo marcado por la impiedad y la lujuria.