El 21 de diciembre de 1968 fue lanzado el cohete Apolo 8. Y el 24, muy de mañana, los astronautas se ubicaron en órbita alrededor de la luna y dieron diez veces la vuelta. Fue así como descubrieron su cara oculta.
Cada vez que Apolo 8 pasaba por detrás de la luna y desaparecía de la vista de la tierra, los contactos de radio dejaban de funcionar. Por ello nadie pudo compartir en directo con los astronautas esta primera experiencia humana tan maravillosa. ¡Qué espectáculo extraordinario descubrir la cara oculta de la luna y ver la tierra salir detrás de ese paisaje lunar desolador!
Pero cuando nuevamente fue posible escucharlos en la televisión, todavía estaban profundamente impresionados por lo que habían visto: la tierra, azul y blanca, se alzaba sobre el horizonte de la luna. ¿Cómo describieron lo que habían visto y sentido? Lo que les había impresionado en aquellos momentos solo podía expresarse a través de lo que habían leído, uno tras otro, en la primera página de la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”.
Aproximadamente cien millones de personas escucharon aquel mensaje que venía del espacio, en vísperas de Navidad, el 24 de diciembre de 1968. Aquel día también muchos recordaban que Jesucristo, el Hijo de Dios, había venido del cielo para revelarse como el Dios Salvador de toda la humanidad. “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Lo más extraordinario no es que el hombre haya dado la vuelta a la luna, sino que Dios haya enviado a la tierra a su Hijo Jesucristo.
Jueces 12 – Apocalipsis 14 – Salmo 145:8-13 – Proverbios 30:15-16