Dios anunció a Abraham, el patriarca, una terrible noticia: Sodoma, la ciudad depravada, iba a ser destruida. Abraham vivía en un lugar apartado en la montaña; allí estaba protegido. Pero alguien de su familia vivía en Sodoma: Lot, su sobrino, quien fue a vivir entre hombres corruptos y quien, aunque justo (2 Pedro 2:7), corría el riesgo de ser destruido con ellos.
Entonces Abraham, hombre de fe, suplicó a Dios en favor de la ciudad: “Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también…?” (Génesis 18:24). ¿Y si hubieren 45… o 10? … Con paciencia y bondad, Dios respondió a la intercesión de Abraham, su amigo (Isaías 41:8). Le prometió librar la ciudad si en ella se hallaran 10 justos. Luego el Señor se fue. Vino la noche…
Al día siguiente, Abraham salió de su tienda y miró hacia Sodoma: la ciudad ardía en llamas. Obviamente en ella no se habían hallado diez justos. ¿Fue inútil la oración de Abraham?
No, Dios es un Dios fiel. No pudo perdonar la ciudad, porque estaba completamente corrompida, pero se acordó de Abraham y de su súplica. Con misericordia libró a su sobrino Lot, a su esposa y a sus dos hijas.
A veces pensamos que nuestras oraciones son inútiles, que todo está perdido. Mas contemos con la fidelidad de Dios, él escucha la oración (Salmo 65:2). “Su misericordia es de generación en generación a los que le temen” (Lucas 1:50).
2 Crónicas 13 – 1 Corintios 6 – Salmo 101:5-8 – Proverbios 22:8-9