¿Cómo hubiéramos podido conocer a Dios si él no hubiese venido a nosotros bajo una forma fácilmente comprensible? Las maravillas de la naturaleza creada no son suficientes para revelarlo plenamente. Job reconoció que estas solo son “los bordes de sus caminos” (Job 26:14). Movidos por sus propios razonamientos, los hombres siempre piensan que Dios se parece a ellos (Salmo 50:21). Se hacen una falsa concepción a través de múltiples religiones que los alejan de él.
Pero Dios se reveló. Lo hizo en Jesús: él, quien es Dios, creador del universo, se hizo un hombre de carne y sangre, pero sin pecado. Sufrió el juicio de Dios que los seres humanos merecían a causa de su desobediencia al Creador, y los reconcilió con él.
Muy a menudo el hombre piensa que la gloria consiste en aumentar su propio poder, en elevarse por encima de los demás, en someterlos a su voluntad y dominarlos. Mas la gloria de Dios, mostrada por Jesús, presenta exactamente lo contrario. Jesús no se exaltó a sí mismo ni despreció a los hombres, sino que se humilló a sí mismo por ellos. Se acercó a su criatura culpable y perdona a todos los que, arrepentidos, se vuelven a él.
Dios es glorioso en su santidad cuando juzga y castiga con justicia el pecado, pero también es glorioso en su amor porque dio a su Hijo para perdonar a los culpables.
2 Crónicas 10 – 1 Corintios 3 – Salmo 99:6-9 – Proverbios 22:3-4