Poco antes de ser detenido y crucificado, el Señor Jesús reunió a sus discípulos y les hizo una promesa: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí… vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Ya les había hablado de su regreso, en particular para animarlos a que estuviesen velando: “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese” (Lucas 12:35-36). Incluso hoy invita a los creyentes a esperar a que él los saque o «se los lleve» del mundo. Este acontecimiento, descrito en el versículo anterior, puede suceder en cualquier momento. Pablo dice: “Nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados”. Esto demuestra que incluso los cristianos del primer siglo esperaban, así como nosotros debemos esperar, el regreso del Señor cada día. En la primera fase de esta venida, el Señor vendrá a llevarse a los suyos, pero no bajará a la tierra. Los creyentes se reunirán con él en el aire, y no será visto por el mundo.
La segunda fase, también llamada la «aparición» del Señor, tendrá lugar algún tiempo después. Entonces el Señor vendrá a juzgar al mundo. ¡Y será visto por todo el mundo!: “Todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7). ¡Los que no hayan sido arrebatados con Jesús tendrán entonces que encontrarse con él como juez!