Durante más de tres años los discípulos de Jesús fueron testigos de su vida y de sus milagros. También fueron testigos de su muerte. Sin duda, muchas otras personas también estuvieron allí y vieron lo mismo. Los discípulos vieron y oyeron realmente al Señor después de su resurrección, varias veces a lo largo de 40 días. Incluso se apareció a más de 500 creyentes al mismo tiempo (1 Corintios 15:4-8).
El día de su ascensión, antes de ser “recibido arriba” (Hechos 1:2), el Señor habló por última vez a sus discípulos, recordándoles su misión: “Me seréis testigos en Jerusalén… y hasta lo último de la tierra”. Sin embargo, habían abandonado a su Maestro cuando fue arrestado, Pedro le había negado cuando fue juzgado y casi todos le habían dejado solo en la cruz. ¿Entonces cómo podían ser ahora sus testigos? El Señor les dijo que iban a recibir poder, es decir, recibirían al Espíritu Santo que vendría sobre ellos en unos días.
Durante esos días de espera es posible que se preguntaran cómo se iba a producir esa misteriosa llegada. Pero permanecieron juntos, unidos en la oración (Hechos 1:14), y también escuchando las Sagradas Escrituras. Obedecieron y se quedaron en Jerusalén, como les había ordenado el Señor. Y el día de Pentecostés, mientras oraban, el Espíritu Santo descendió sobre ellos. Como primer resultado, hablaron en otras lenguas y pudieron dar testimonio a muchos extranjeros en Jerusalén en su propio idioma.