Jesús pidió a sus discípulos que subieran a una barca y fueran delante de él a la otra orilla del lago (Mateo 14:22-33). Luego subió a la montaña a orar, a solas. Pronto los discípulos se vieron envueltos en una tormenta. El Señor los vio desde lejos, oró por ellos y, cuando estuvieron muy angustiados, apareció caminando sobre las aguas embravecidas.
También puede ocurrir que los problemas empeoren, aunque pensemos que estamos obedeciendo al Señor. ¿Nos desanimaremos, nos rendiremos, dudaremos de su amor y de su poder? ¡No hay ninguna situación que no tenga salida para Él, por muy altas que sean las olas o muy fuerte que sople el viento! Pero a veces nos quedamos tan atrapados en nuestras dificultades que ya ni siquiera vemos al Señor, como los discípulos, que no lo reconocieron.
¡Si no vemos la mano del Señor en las pruebas por las que pasamos, nos perdemos el propósito por el que las permitió!
El Señor siempre busca nuestro bien. Las huellas de un barco sobre el agua son invisibles, es decir, no vemos necesariamente las razones de nuestras dificultades, pero recordemos que Él las conoce y no permitirá que superen lo que podemos soportar. ¡Aquel que creó el Universo tiene el poder de detener la tormenta y liberarnos! Pero ante todo, quiere acompañarnos en nuestro camino y desea que lo recibamos en nuestras vidas y circunstancias. ¡Nunca nos dejará! ¡Ha pagado un alto precio como para abandonarnos! Confiemos en él.