El incrédulo responde: «En ninguna parte, no existe». La Biblia muestra la insensatez de esta respuesta. “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). ¡Los hombres no tienen excusa por no creer en Dios! Él ha dado muchas pruebas de su existencia: el universo que creó (Romanos 1:20), su Palabra (Salmo 19:7), las muchas profecías cumplidas que demuestran que lo sabe todo de antemano…
Por encima de todo, Jesucristo reveló perfectamente a Dios cuando estuvo en la tierra (Juan 1:18). Los que han recibido a Jesús en su corazón tienen derecho a ser hijos de Dios (Juan 1:12). ¡Conocen a Dios como su Padre!
Sin embargo, incluso para los creyentes, Dios parece a veces lejano y desinteresado por el sufrimiento humano. Job, en medio de una gran prueba, lo sintió profundamente: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla” (Job 23:3). Job tuvo que aprender que, a través de las dificultades, Dios quería enseñarle. “Dios es excelso en su poder; ¿Qué enseñador semejante a él?” (Job 36:22).
Como Job, estamos en la escuela de Dios. Puede ser un aprendizaje largo y doloroso, pero Dios nos cuida con amor y gracia. A veces podemos dudar de la sabiduría de sus acciones o, como Job, cuestionar la utilidad de la prueba. Pero recordemos: Job aprendió que “el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Santiago 5:11).