El Espíritu Santo, a quien el Señor Jesús había prometido, descendió a la tierra el día de Pentecostés (Hechos 2). Con el tiempo, Satanás consiguió oscurecer y velar la realidad de la presencia del Espíritu Santo en los creyentes. ¿Cuántos cristianos son conscientes de que el Espíritu Santo no es solo un poder o una fuente de energía divina, sino verdaderamente una Persona divina? ¿Cuántos no están seguros de que esta Persona divina habite en ellos? Sin embargo, la Palabra de Dios declara expresamente. “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios” (1 Corintios 6:19). “El Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).
Si realmente nos diéramos cuenta de que Dios el Espíritu Santo habita en cada creyente (Efesios 1:13; 2 Corintios 1:22) y que quiere dirigir y conducir nuestras vidas según sus pensamientos, ¡nuestras vidas se transformarían! Si el Espíritu fuera solo un poder que actúa en mi interior, podría hacer planes y llevarlos a cabo recurriendo parcialmente a ese poder. En cambio, si esta Persona divina habita en mí, no tengo más que dejarme utilizar por él. Ya no soy yo quien actúa; sino un instrumento utilizado por Dios. ¡Qué privilegio ser utilizado por Dios Todopoderoso para servirle y cumplir su voluntad!