Se logra fabricar flores artificiales tan parecidas a las naturales, que una observación atenta no siempre permite distinguir una flor verdadera de una falsa. Sin embargo, los insectos no se equivocan. Usted nunca verá una abeja o un abejorro chupando una flor artificial.
Entre los cristianos también hay falsos y verdaderos. Como las flores artificiales, los “seudo-cristianos” pueden parecerse a los verdaderos cristianos, sin que por ello tengan la vida de Dios. Porque esto es lo que hace realmente la diferencia. Una verdadera flor proviene de una planta viva; alimentada por sus raíces, ha crecido días tras días. Una flor artificial no tiene vida, solo apariencia.
¿Tengo la vida de Dios? ¿Mi cristianismo es el resultado de una relación viva con Dios, o no es más que una fachada hecha de tradiciones, de actitudes y de comportamientos religiosos? Cada uno de los que dicen ser cristianos debe hacerse estas preguntas.
Si los insectos no confunden una verdadera flor con una flor artificial, con mayor razón nadie puede engañar a Dios. Él conoce a los que son suyos. Él sabe lo que hay en cada corazón. Si usted no tiene la vida de Dios, él lo invita a reconocer su estado de muerte espiritual y a recibir la vida: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo… Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo” (1 Juan 5:10-11). “Que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:19).
Jeremías 16 – Lucas 20:1-26 – Salmo 93 – Proverbios 21:9-10