¿Cuál es la relación entre la fe y las obras?
Esta pregunta estuvo en el corazón de la Reforma del siglo dieciséis. Pero ya a principios del cristianismo, el apóstol Pablo tuvo que resistir a los que querían añadir a la fe la obligación de seguir la ley de Moisés, si se quería ser aceptado por Dios.
Fácilmente nos inclinamos a pensar que, para merecer el favor de Dios, debemos cumplir alguna obra. Unos hacen peregrinajes, otros hacen oraciones, otros se dedican a realizar buenas obras… Pero la Biblia nos enseña claramente que nada de esto nos hace justos ante Dios, porque “el hombre no es justificado por las obras de la ley” (Gálatas 2:16). Tampoco es correcto pensar que debemos agregar las obras a la fe para ser salvos. Esto sería confiar en parte en la gracia de Dios y en parte en sus propias obras. Pero “el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
A la inversa, es falso oponer la fe a las obras. En efecto, la fe produce buenas obras, como un árbol frutal produce su fruto. “La fe sin obras es muerta” (Santiago 2:20).
El Evangelio puede describirse así: la fe recibe de Dios una salvación perfecta, y ella produce las obras. Los que creen en el Evangelio no solo son salvos de sus pecados, sino que también son transformados por la gracia de Dios. Luego,
Jeremías 9 – Lucas 15 – Salmo 90:13-17 – Proverbios 20:25-26