Fabián es honesto, serio, trabajador. Es un buen marido, un buen padre de familia, un buen vecino, un buen compañero de trabajo… No hace daño a nadie, es servicial. Todo el mundo lo aprecia. Fabián podría pensar: “No tengo nada que reprocharme. Si alguien merece el paraíso, ese soy yo”. Pero ¿qué dice Jesús? “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32). “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9:12).
Fabián piensa ser “justo” y estar “moralmente sano”, no hace caso a los llamados del Salvador, vive muy bien sin él, y ahí está el problema…
Para otros, Fabián es un hombre “respetable”, pero Dios ve hasta lo profundo de su corazón. Un pensamiento impuro, una pequeña mentira o un poco de egoísmo bastan para revelar que él es un pecador… Y su vida ejemplar no puede borrar un solo pecado. El paraíso, lugar donde el pecado no puede entrar, le es cerrado.
En realidad, ante Dios, Fabián no es “justo”, pues “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10), y tampoco está “en buena salud moral”, pues “engañoso es el corazón… y perverso” (Jeremías 17:9).
Es preciso aceptar el veredicto de Dios: “No hay justo”, y reconocer su gran amor. Dios envió a su Hijo para que llevase el castigo que merecían nuestros pecados. Jesucristo derramó su sangre en la cruz para limpiarnos de todo pecado (1 Juan 1:7). Gracias a ese precio, y solo a ese precio, el que cree en Jesucristo puede ser justo ante Dios.
1 Reyes 18:1-19 – Marcos 16 – Salmo 62:1-4 – Proverbios 15:31-32