(Jesús) quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia.
Podríamos preguntarnos en qué nos concierne la vida de un hombre que anduvo en la tierra hace 2000 años. Sin embargo, Jesucristo abrió la puerta a una nueva relación con Dios, a una actitud nueva hacia la existencia, a una esperanza ante la muerte y a la liberación del juicio.
Cuando vamos a Jesucristo no nos encontramos frente a un simple ser humano, sino ante Dios mismo, quien nos abre el camino de la salvación. Dios actuó de manera suprema por medio de Jesús, a través de su muerte y su resurrección. Jesús hizo posible una nueva relación entre Dios y nosotros. La crucifixión de Jesús no es solo un hecho histórico ocurrido hace dos milenios; ella constituye la base sobre la cual descansa la nueva vida del creyente (1 Pedro 2:24). Sin la obra cumplida en la cruz no habría ninguna salvación para nosotros. El sacrificio de Jesucristo fue el precio inestimable que Dios pagó para redimir de la muerte eterna a todos aquellos que pusieron su confianza en Él (1 Pedro 1:18-19).
En Jesucristo hay algo que atrae, que atravesó los siglos e intrigó a numerosas personas. Su enseñanza sobre el amor no puede dejar insensible a nadie. La autoridad con la que habla de los problemas más profundos del hombre nos interpela. ¡Su muerte nos parece tan injusta y los testimonios de su resurrección tan asombrosos! Pero precisamente esta muerte y esta resurrección hacen que todo lo que tiene que ver con él me concierna a mí… ¿Lo creo?
Ezequiel 45 – 2 Pedro 3 – Salmo 47 – Proverbios 14:9-10