El rey Salomón, hijo de David, tenía muchas riquezas y gloria, pero también una sabiduría extraordinaria. Su fama había llegado a los oídos de una reina lejana. Esta, escéptica, quiso constatarlo por sí misma y emprendió un largo viaje para ver a Salomón. Le hizo todas las preguntas que quiso, y Salomón no tuvo ninguna dificultad para responderle. La reina volvió maravillada al constatar aquella sabiduría y gloria que sobrepasaba lo que le habían contado.
Cuando Jesús estuvo en la tierra, hizo alusión a esta reina que había ido a consultar a Salomón. Y hablando de sí mismo, afirmó que él era mayor que Salomón. En efecto, Jesús no solo era un hombre muy sabio, como Salomón, sino que era la sabiduría de Dios personificada (1 Corintios 1:24). Ninguno de los que se acercaron a él fue decepcionado. Los guardias encargados de arrestar a Jesús declararon: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).
Hoy todos debemos enfrentarnos a preguntas difíciles. A veces tenemos en nuestro corazón algunos “por qué” muy dolorosos. Y nuestra sabiduría no puede encontrar una explicación a todo.
Vayamos con confianza a Jesús y expongámosle nuestros enigmas personales. No hay nada, absolutamente nada, que se le escape. Sin duda no comprendemos todo, pero nos tranquilizará saber que él nos ama y que hay una explicación, una razón que él conoce.
2 Samuel 14 – Hechos 5:17-42 – Salmo 25:6-10 – Proverbios 10:9-10