Pedro aborda el tema de la venida del Señor, quien ejecutará juicio sobre este presente mundo malo. En su primera epístola, escribió sobre esta venida en relación con los santos: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 P. 1:13).

Sin embargo, en su segunda epístola leemos sobre falsos maestros que negarían “al Señor que los compró” (2 P. 2:1 NBLA) y que, con palabras engañosas, también negarían la venida del Señor. Como resultado, “muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2 P. 2:1-2).

Pedro apoya su solemne advertencia sobre el juicio venidero con tres ejemplos históricos: Los ángeles que pecaron fueron arrojados al abismo; el mundo antiguo fue destruido por el diluvio; Sodoma y Gomorra fueron reducidas a cenizas. Estos ejemplos, que constituyen el núcleo del argumento de Pedro en el capítulo 2, son una clara advertencia para un mundo que no quiere oír.

El apóstol concluye su pensamiento de forma contundente: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (v. 7). En contraste, los creyentes tienen una herencia incorruptible, inmarcesible, reservada en los cielos, y ellos mismos son guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar esa salvación (véase 1 P. 1:4-5).

Y así, mientras la cristiandad dice: “Mi señor tarda en venir” (Mt. 24:48) y el mundo incrédulo se burla con arrogancia: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?”, “el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” con voz llena de expectación (Ap. 22:17).