El Señor está cerca: Domingo 27 Diciembre
Domingo
27
Diciembre
Para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.
Génesis 45:5
Las dos caras de la cruz

Contemplamos en la cruz el encuentro maravilloso de la enemistad y el amor, del pecado y la gracia. En el Calvario, el hombre mostró el colmo de su enemistad contra Dios. Dios –bendito sea para siempre su nombre– mostró la altura infinita de su amor. El odio y el amor se encontraron allí, pero el amor triunfó. Dios y el pecado se encontraron; Dios triunfó, y el pecado fue quitado.

¿Desea usted realmente saber qué hay en el corazón de Dios para los hombres? Si es así, contemple aquella cruz central donde Jesucristo fue clavado “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23). Es verdad que, como dice el texto, “por manos de inicuos”, el Señor fue crucificado y muerto –este es el lado oscuro. Pero hay también un lado brillante, porque Dios se revela allí. En la cruz, el hombre mostró quién era, pero Dios estaba por encima de él. Sí, por encima de él y de todos los poderes de la tierra y del infierno que se reunieron en terrible orden de batalla.

Lo mismo sucedió con José y sus hermanos: ellos mostraron la enemistad de su corazón al echarlo en el pozo y venderlo a los ismaelitas –el lado oscuro. Pero en las palabras de José vemos el lado brillante: “Para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”. ¿A quién fueron dirigidas estas maravillosas palabras de gracia? A corazones quebrantados, espíritus contritos y conciencias convencidas. Solo quienes han tomado su verdadero lugar, han aceptado el juicio de Dios y reconocen que la cruz es la medida de su culpabilidad, pueden apreciarla como expresión del corazón amoroso de Dios. Ellos son los que comprenden esta verdad gloriosa: la misma cruz que demuestra el odio del hombre contra Dios, manifiesta también el amor de Dios hacia el hombre. Estas dos realidades son inseparables. Cuando reconocemos nuestra culpa –probada en la cruz–, descubrimos el poder purificador de esta sangre preciosa que ha traído la paz y nos limpia de todo pecado.

C. H. Mackintosh