Esdras era descendiente directo de Aarón, el primer sumo sacerdote de Israel y hermano de Moisés. Muchos siglos después, debido a la infidelidad del pueblo, el rey de Asiria deportó a las diez tribus del norte (véase 2 R. 17). Judá y Benjamín, por un tiempo, permanecieron en su tierra y continuaron con el culto en el templo de Jerusalén, bajo el ministerio levítico. Pero, trágicamente, llegaron a cometer pecados aún más graves que los del reino del norte (véase Ez. 8).
Dios los disciplinó enviándolos al cautiverio en Babilonia. Fue en ese ambiente de idolatría y corrupción donde creció Esdras. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad, este hombre fue formado en las cosas del Señor. Se convirtió en escriba, capaz de inquirir la Ley del Señor, cumplirla y enseñarla a otros (véase Esd. 7:10).
Movido por el Señor, Esdras decidió regresar a Jerusalén para fortalecer espiritualmente al remanente que ya había vuelto antes que él. Aunque vivía bajo dominio extranjero, Dios inclinó el corazón del rey de Persia para favorecer a Esdras y su misión (véase Esd. 7:11-28). Viajó con autoridad oficial y recursos, pero sin escolta militar, a diferencia de Nehemías, quien regresaría más tarde como gobernador y con protección militar.
La fe de Esdras quedó demostrada en el hecho de que no pidió escolta militar. En lugar de eso, proclamó ayuno entre todos los que lo acompañaban, para humillarse delante del Señor y “solicitar de él camino derecho” –no solo para ellos, sino también para sus hijos y pertenencias.
¡Qué ejemplo de fe y dependencia de Dios!