Querido lector, el bien y la misericordia lo han seguido hasta ahora en su camino de regreso a casa. Aún no ha viajado lejos, pero imagine que viviera hasta que el peso de cien años incline su cabeza y doble su espalda, ¿qué ocurrirá entonces? Puede mirar al futuro con confianza y decir: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. No solo un día a la semana, sino los siete; no solo en los días brillantes, sino en todos y cada uno de los días de su vida. Desde los entusiasmos de la juventud, pasando por los años más duros de la madurez, hasta los achaques de la vejez, esa bondad y misericordia permanecerán constantes.
Sin embargo, tal vez usted no está mirando tan lejos, sino que está buscando al Señor, porque su venida está cerca. Leemos: “El Señor mismo con voz de mando… descenderá del cielo… y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16-17). Nosotros moraremos para siempre en la casa del Señor.
¡Qué audaz y maravilloso es este David! Algunos podrían pensar que hubiera sido más prudente decir: «Espero morar en la casa del Señor». Pero si eso hubiera dependido solo de David, sería incluso presuntuoso esperar tal cosa. Sin embargo, no dependía de David ni depende de ninguno de nosotros que pueda decir: El Señor es mi pastor. Si el Señor es su Pastor, entonces usted morará en la casa del Señor para siempre.
Este salmo, que comienza con esa segura confianza, no podría terminar de otra manera. No sería perfecto si lo hiciera. Si el Señor es su pastor, ¿puede perderse usted en el camino hacia su casa? Imposible. Usted es demasiado valioso para él. Usted es el regalo de amor del Padre para el Hijo. Usted es suyo para siempre. El Pastor cuida de sus ovejas; él las guiará y llevará a salvo a casa. ¿Quién no querría seguirlo?