Permanezcamos quietos –firmes– y contemplemos la salvación del Señor. Es difícil enfocar nuestra visión con claridad cuando estamos constantemente corriendo de un lado a otro, consumidos en exceso por preocupaciones sobre nuestro bienestar personal. El pueblo de Israel no estaba en movimiento cuando Moisés les habló, sino acampando junto al mar. Sin embargo, aun estando detenidos físicamente, sus corazones estaban turbados, agitados como las aguas embravecidas ante las que se encontraban. Emocionalmente, estaban totalmente agitados.
Con el mar frente a ellos, montañas a ambos lados y el formidable ejército egipcio persiguiéndolos, pensaron que era mejor regresar a la esclavitud en Egipto (figura del mundo) que morir en el desierto. ¿No sería preferible morir en el desierto, apartados por Cristo, antes que servir a un sistema gobernado por la influencia de Satanás?
Pero observe: Dios no quería que su pueblo sirviera al mundo ni que pereciera en el desierto. Él deseaba que aprendieran a quedarse quietos, para enfocar su visión en su gran Dios, el supremo y todopoderoso. Hay momentos en nuestra vida en los que debemos reconocer nuestra total impotencia ante circunstancias que escapan a nuestro control. Dios permite estas situaciones. Fue él quien ordenó a Israel acampar exactamente en ese lugar. Y cuando estamos donde él quiere que estemos, nos llama a permanecer quietos, para que podamos ver más claramente su propósito y elevar nuestra mirada por encima de las agitaciones de este mundo.
¡Permanezca quieto! Dios quiere que estemos emocionalmente tranquilos, para que podamos contemplar con claridad la manifestación de su salvación, una salvación que solo proviene de él.