El Señor está cerca: Viernes 4 Diciembre
Viernes
4
Diciembre
Y yéndose, le topó un león en el camino, y le mató.
1 Reyes 13:24
El camino correcto (23)
Se requiere una obediencia estricta

Tras la muerte de Salomón, diez tribus se apartaron de la casa real de David, guiadas por un hábil contendiente: Jeroboam. Muy pronto, este nuevo rey introdujo la idolatría como una alternativa al culto de Dios en Jerusalén. Estableció una forma apóstata de adoración, con dos becerros de oro situados estratégicamente en su territorio (véase 1 R. 12:26-33). Así descarrió a Israel, con consecuencias que se extenderían por muchas generaciones.

En ese contexto, Dios envió a un profeta de Judá, que llegó justo al inicio de la ceremonia idolátrica. Allí proclamó el juicio divino que más tarde ejecutaría el futuro rey Josías, también de Judá (véase v. 2). Como confirmación inmediata, el altar se rompió y se derramaron las cenizas del altar en el suelo (véase vv. 3, 5), cumpliéndose así la señal anunciada por el profeta.

Dios había instruido claramente a este profeta que no debía permanecer en Bet-el, el lugar de la idolatría, sino que debía regresar a Judá por un camino diferente al que había venido. En obediencia, así lo hizo. Pero más adelante, un viejo profeta de Bet-el salió a su encuentro mientras el profeta descansaba. Este hombre, afirmando falsamente que un ángel del Señor le había dado un mensaje, logró convencer al profeta de Judá de que desobedeciera las instrucciones originales de Dios. El profeta debió haber respondido con firmeza que Dios ya le había hablado, y debía haber seguido su camino sin detenerse. Sin embargo, aceptó un mensaje contrario al que el Se-ñor le había dado.

Como resultado de su desobediencia y falta de compromiso, el profeta de Judá fue muerto por un león en su camino de regreso (véase vv. 20-26).

Este relato solemne narra un episodio histórico en Israel con consecuencias duraderas. También anticipa situaciones similares que más tarde ocurrirían en la historia de la Iglesia, cuando muchos seguirían a espíritus engañadores (véase 1 Ti. 4:1-2; 1 Jn. 4:1).

Alfred E. Bouter