Bartimeo era un hombre ciego que mendigaba junto al camino, a las afueras de Jericó. Un día, al oír una gran conmoción, preguntó qué ocurría. Le respondieron que Jesús de Nazaret pasaba por allí. El Señor había sanado a muchos enfermos, y sin duda Bartimeo había escuchado hablar de él. Al darse cuenta de la oportunidad que tenía delante, comenzó a clamar con insistencia: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. El Señor escuchó su clamor y atendió a su necesidad.
¡Qué maravilla que Bartimeo no dejara pasar esa oportunidad! Lo que Bartimeo no sabía es que aquella podría haber sido su última oportunidad. Pocos días después, el pueblo que había presenciado los milagros del Mesías lo rechazó y pidió su crucifixión. Si Bartimeo hubiera postergado su decisión, tal vez habría sido demasiado tarde.
Esto es una advertencia solemne para nosotros. La Escritura dice: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:2).
¿Persiste usted en su pecado? ¿Ha postergado usted venir al Señor Jesús, pidiéndole su misericordia para ser salvo? Recuerde: mientras estuvo en la tierra, Jesús jamás rechazó una súplica por misericordia. Pero después de la muerte, ya no hay oportunidad. El clamor del hombre rico desde el lugar de tormento fue rechazado (véase Lc. 16:19-31).
Por eso, ¡venga a Jesús ahora! Dígale que usted es un pecador y que necesita su misericordia. Crea que él murió en la cruz en su lugar, cargando el castigo por sus pecados. Dígale que desea renunciar a su antigua vida pecaminosa y que él sea el Señor de su vida; que usted quiere vivir para él. Él responderá a esta súplica. Y, cuando lo haga, agradézcale por tener misericordia de usted.