El Señor está cerca: Viernes 11 Diciembre
Viernes
11
Diciembre
Sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables.
1 Pedro 3:8
La belleza de la cortesía

La cortesía es como un cojín inflable: no contiene nada tangible, pero suaviza las sacudidas de la vida. Sin embargo, también puede decirse que encierra mucho, porque su rasgo supremo es la consideración hacia los demás, que es precisamente el corazón del cristianismo. Las escuelas de etiqueta pueden enseñarla por adiestramiento, pero el amor la practica por instinto.

En el Nuevo Testamento, la palabra asociada a la cortesía es la de amabilidad. “Julio, tratando humanamente (con cortesía o amabilidad) a Pablo, le permitió que fuese a los amigos, para ser atendido por ellos” (Hch. 27:3). Las tareas cotidianas y los encuentros diarios nos ofrecen innumerables oportunidades para mostrar amabilidad.

En una ocasión, un hombre caminaba con prisa por la calle cuando chocó fuertemente con otro que salía apresuradamente de una tienda. Este último, airado, respondió con palabras ofensivas; pero el primero, agachando levemente su cabeza, le dijo: «No sé quién de los dos fue el responsable de este choque, y tengo demasiada prisa como para averiguarlo. Si he chocado con usted, le ruego que me disculpe; si fue usted quien me chocó, no se preocupe». Una respuesta así desarma el enojo, conquista el respeto y apacigua el antagonismo.

La cortesía lleva a un hombre a ser respetuoso con los superiores, amable con los iguales y considerado con los inferiores. Es una joya de carácter: ya esté engastada en oro o en la sencillez, tiene gran valor. En la Epístola a Filemón, vemos cuán cortés era Pablo –un verdadero caballero. Si quiere ver cómo Pablo pedía un favor, lea la Epístola a Filemón. Si desea observar cómo expresa su agradecimiento, lea Filipenses 4:10-21.

Si todos nos proponemos, desde ahora, ser amables, corteses, considerados, discretamente comprensivos y persistente y sinceramente amistosos, ¡cuántas situaciones desagradables podrían evitarse!

G. Henderson