Nuestro Señor Jesucristo desea llamar nuestra atención hacia la verdad de su pronta venida. Esta es la esperanza cristiana. Los creyentes tienen un testimonio que dar en el presente, una vida responsable que vivir, pero también una meta gloriosa ante sí. Dios nos ha escogido para obtener “la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Ti. 2:10). Esa es nuestra verdadera perspectiva: no solamente ir al cielo, ni simplemente reinar con él, sino vivir juntamente con él. “Le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2). A diferencia de los apóstoles, nosotros no lo conocimos en los días de su carne. Aprendemos de él en los Evangelios, donde contemplamos su mansedumbre, su gracia y la hermosura de su andar por un mundo entenebrecido por el pecado. Pero llegará el día en que lo veremos “tal como él es”.
No lo veremos entonces en su humillación, sino en su gloria. Y entonces seremos hechos semejantes a él. Las más profundas aspiraciones de los santos se cumplirán en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando él venga por los suyos. Él nos ama –la cruz da testimonio de ello– y ese amor ha seguido a los creyentes a través de todo su peregrinaje. La plenitud de ese amor será revelada cuando él tenga consigo a todos los suyos en la gloria.
¡Qué admirable es ese amor que ganó a la Iglesia por medio de su muerte! El día de la preparación para la gloria se acerca a su bendita consumación. Pronto él se presentará a sí mismo la Iglesia, para la plena satisfacción de su corazón. Entonces, todos los que creyeron en él para la salvación de sus preciosas almas serán transformados y trasladados por su poder. Aquellos que “durmieron” en Jesús resucitarán, y junto con los que vivan en ese momento, serán arrebatados para encontrarse con el Señor en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor (véase 1 Ts. 4:17). Que la consideración de esta verdad –la venida de nuestro Señor– nos ayude mientras lo esperamos con corazones anhelantes.