En el Libro de los Proverbios, Salomón se dirige frecuentemente a su hijo para enseñarle, advertirle y animarle. En la actualidad, nuestro Señor instruye y anima a todos los creyentes a través de su Espíritu y su Palabra. Su propósito es que dependamos de Dios, confiemos en él de todo corazón y no nos apoyemos en nuestro propio entendimiento. Sea cual sea la situación, los retos o los peligros, la Palabra de Dios siempre tiene instrucciones pertinentes para nosotros.
Además, el Espíritu Santo habita en nuestros corazones y desea guiarnos por caminos rectos. Somos responsables de cultivar nuestra relación tanto con el Señor en el cielo como con su pueblo en la tierra. Para lograrlo, debemos tener una mentalidad dispuesta a examinarnos a la luz de Dios, a juzgar nuestra propia voluntad y obstinación, a fin de que nuestros corazones estén en sintonía con él. El asunto del corazón es fundamental, porque de él surgen los asuntos de la vida (véase Pr. 4:23).
En el temor del Señor y en verdadera dependencia de él, podemos seguir adelante, caminando con él, como se menciona en el versículo de hoy. Reconocer a Dios implica un conocimiento íntimo de él y de sus caminos. También significa incluir al Señor en todos los aspectos de nuestra vida, para que aprendamos a pensar como él desea que lo hagamos. Él nos da la sabiduría y la fuerza para cumplir su voluntad. Debemos confesar lo que sea necesario confesar y obedecer su Palabra para que su mirada pueda posarse sobre nosotros (véase Sal. 32:8). Así, él nos mostrará qué debemos hacer, mientras nos guía para que lo hagamos en comunión con él. En este camino, podemos seguir el ejemplo de nuestro Señor, quien dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Jn. 4:34). Este es el camino correcto: hacer la voluntad de Dios, lo que implica tener comunión con el Señor Jesús, tomando su yugo sobre nosotros y aprendiendo de él (véase Mt. 11:29).