Una joven hermana de nuestra iglesia local se ha propuesto ser doctora. Es impresionante ver cuánto esfuerzo y dedicación ha invertido en este propósito. Estudia día y noche, trabaja arduamente, hace sacrificios y se mantiene disciplinada, y el resultado es evidente: le está yendo bien. Ahora bien, pregunto: ¿Nos hemos propuesto nosotros ser agradables al Señor?
Cuando David enfrentó a Goliat, ciertamente lo hizo en el poder del Señor, pero no lanzó su piedra al azar. Apuntó con precisión al único punto vulnerable en la cabeza del gigante. Su propósito era derribar a Goliat.
Cuando José fue tentado a pecar, él tenía un propósito firme en su corazón: agradar a Dios, y por eso huyó.
Cuando Daniel, en el palacio del rey, fue invitado a comer de la mesa real, se propuso agradar a Dios y no quebrantar la voluntad de Dios, la cual Él mismo había expresado en su Palabra.
Tanto José como Daniel tomaron decisiones con un propósito claro. Y nosotros, ¿hacemos de esto nuestro objetivo? ¡Nuestro objetivo!
Así como Israel «vagó» por el desierto durante años, ¿cuántos de nosotros hacemos lo mismo? Sí, asistimos a las reuniones, leemos nuestras Biblias y oramos con frecuencia, pero ¿estamos realmente buscando al Señor? ¿Oramos de verdad, o simplemente recitamos palabras? ¿Leemos la Biblia, o leemos su Palabra y escuchamos su voz para adorarlo y obedecerlo?
Si queremos que agradar al Señor sea nuestro verdadero propósito, debemos aplicar su Palabra de manera decidida y directa, no al azar, no por accidente, no por costumbre, conveniencia o por cumplir las expectativas de otros. Nuestro corazón debe estar fijo en el Señor Jesús, quien puso su rostro como un pedernal para hacer la voluntad de su Padre.