¿Estamos tomando la gracia de Dios como algo rutinario? ¿Disfrutamos de sus beneficios sin realmente detenernos a valorarla? ¿Cuántos de nosotros leemos las Escrituras acerca de “las riquezas de su gracia” sin meditar en la abundancia de estas riquezas ni en el alto precio que pagó quien las otorga?
Cantamos muchos himnos y cánticos acerca de la gracia de Dios, pero ¿meditamos en las palabras que pronunciamos, los pensamientos que expresamos? ¿Lo hacemos conforme al deseo del Señor: “Cantando con gracia en vuestros corazones” (Col. 3:16)?
A través de los himnos, algunos compositores han expresado la grandeza de la gracia de Dios, ayudándonos a cultivarla en nuestros corazones y vidas.
John Newton describió la gracia como «sublime» o «admirable», pues reconocía su extraordinario valor a partir de su propia experiencia: «Que salvó a un miserable como yo» (Traducción literal).
Julia Johnston la describió como «maravillosa, infinita e incomparable» porque entendió que la gracia «es mucho más grande que toda nuestra culpa».
Haldor Lillenas escribió: «Maravillosa gracia… más grande que que mis culpas clavadas en la cruz».
Cuando entonamos estos himnos y cánticos, nuestros corazones deberían rebosar de gratitud hacia el “Dios de toda gracia” (1 P. 5:10).