Cuando mis hijos eran pequeños, solía advertirles: «¡La desobediencia causa problemas!» Esta verdad se aplica tanto a nosotros como a los niños.
Josué y el pueblo de Israel habían experimentado una gran victoria en Jericó, donde las murallas cayeron por el poder de Dios. Sin embargo, con cada victoria viene una prueba y, si no estamos velando, un posible fracaso.
Tras su asombrosa victoria, sufrieron una humillante derrota en Hai (véase vv. 1-9). La euforia del reciente triunfo había inflado su confianza: “Son pocos [en Hai]” (v. 3). Sin embargo, el orgullo siempre nos lleva a la caída (véase Pr. 16:18). Pero había una razón aún más profunda para su derrota: “Anatema hay en medio de ti” (v. 13). Por medio de un proceso de eliminación, se descubrió al culpable. Acán había escondido cosas “dedicadas al anatema” (v. 1 NBLA) bajo su tienda, como si Dios no pudiera verlas, y confesó: “Verdaderamente yo he pecado” (v. 20). No confesó por arrepentimiento, sino porque había sido descubierto.
En la Biblia, siete personas pronunciaron esas mismas palabras: Faraón, Balaam, Acán, Saúl, Judas, David y el hijo pródigo. Lamentablemente, solo los dos últimos lo confesaron con sinceridad.
Acán y su familia fueron llevados al Valle de Acor para ser juzgados por sus graves pecados de desobediencia y codicia. Curiosamente, Acor y Acán significan «problema» en hebreo. Y los problemas son siempre el fruto del pecado.
Acán es una imagen del pueblo de Israel, que, debido a su desobediencia, pasará por la gran tribulación, también llamada “tiempo de angustia para Jacob” (Jer. 30:7).
La historia de Acán también es una advertencia para nosotros: la desobediencia siempre causa problemas.