En este capítulo, el profeta Isaías contempla el reino milenial de Cristo y la renovación de todas las cosas. Sarón, una llanura fértil de Israel junto al Mar Mediterráneo, entre Jope y el Monte Carmelo, es mencionada como símbolo de la fertilidad que caracterizará aquel tiempo. En esta profecía también se menciona al valle de Acor.
¿Por qué se menciona el valle de Acor en un pasaje tan profético e idílico como Isaías 65? Primero fue escenario de juicio (véase Jos. 7:26), luego se convirtió en un lugar de esperanza (véase Os. 2:15), y aquí representa el cumplimiento final de la misericordia de Dios hacia su pueblo, trayendo abundante bendición a la tierra. Israel, que ha sufrido tanto por su desobediencia, ya no experimentará persecución ni vagará de aquí para allá. En el Milenio, el pueblo terrenal de Dios descansará en paz, seguridad y fecundidad.
Los principios de Dios no cambian entre dispensaciones, aunque las circunstancias de cada época sean diferentes. Como cristianos, cuando somos disciplinados por el “Padre de los espíritus” por nuestra rebeldía, el proceso es doloroso, pero “después da fruto apacible de justicia” (véase He. 12:9, 11). Cuando el Señor Jesús dijo que él era la vid verdadera, también explicó que el Padre es el “labrador”, quien poda las ramas para que den “más fruto” (véase Jn. 15:1-8).
Recuerdo haber paseado con mis nietos por un viñedo cuando notaron humo en el campo. «Abuelo, ¿qué es ese humo?», preguntaron. Les expliqué que el agricultor había cortado las ramas muertas y las estaba quemando para que las sanas produjeran más fruto. Así fue para Israel y así es para nosotros: el propósito de la disciplina divina es que llevemos “mucho fruto” para la gloria del Padre.