Recuerdo un experimento que hacía cuando era niño. Tomaba algunas agujas del costurero, las frotaba con el imán de una dinamo y las mojaba en aceite. Luego las ponía cuidadosamente en la superficie del agua de un recipiente. ¡Sorpresa, las agujas flotaban a causa de la grasa! Además, indicaban el norte más o menos bien, dependiendo de la fuerza de su imantación…
Estas agujas nos dan una imagen de la manera como el creyente puede discernir la voluntad de Dios. Esto depende de su estado espiritual, un poco como las agujas que se orientan más o menos precisamente hacia el norte. ¿Qué puede ayudarnos a tomar la buena dirección, a comprender la voluntad de Dios?
Primero hay que querer hacerla. Cuando la buscamos, preguntémonos por qué queremos conocerla: ¿Para saber si nos conviene? ¿O queremos realmente estar sometidos a la voluntad divina? Luego, nuestra manera de pensar, de razonar, de apreciar, depende de nuestra cercanía a Dios y a su Palabra. Cuanto más leemos la Biblia y oramos, tanto más nuestros pensamientos se amoldan a la voluntad de Dios. Así el creyente es “transformado” en su manera de pensar y elegir. Se aleja de los razonamientos del mundo para dar prioridad a los intereses del Señor y al bien según Dios.
Cuanto más familiar nos sea la Palabra de Dios, más nos ayudará a tomar buenas decisiones. “Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
2 Reyes 15 – Efesios 3 – Salmo 71:1-6 – Proverbios 17:9-10