Los versículos citados hoy me enseñan la conducta que debo seguir cuando alguien cercano peca contra mí. ¿Me aferraré a mi dignidad, o me consideraré la víctima, esperando que el que me ofendió venga a confesarme su falta y a pedirme perdón? ¿Informaré rápidamente a otros para que me den la razón y se pongan en contra de mi hermano? ¡De ninguna manera! El Señor me pide dar el primer paso, avanzar para tratar de “ganar” a mi hermano, sin reproches, sin enojo, solo con el deseo de restablecer una relación de confianza.
Solo podré dar este paso con la fuerza que me da Dios, pues mi naturaleza no me mueve a ello, al contrario. Pero será más fácil si recuerdo que mi Salvador me perdonó. Es la enseñanza que Jesús nos da en Mateo 18: 21-35. ¿Qué comparación hay entre la ofensa que pudo hacerme mi hermano y la que yo he hecho a Dios? ¿Entre una pequeña herida a mi amor propio y lo que Jesucristo soportó cuando pagó el precio de mi perdón mediante su muerte en la cruz?
Me será más fácil perdonar si soy consciente de que mi hermano es “aquel por quien Cristo murió”, del mismo modo que murió por mí (Romanos 14:15). Y recordaré la respuesta de Jesús a Pedro: no solo 7 veces, sino hasta 490 veces, es decir, tantas veces como sea necesario, con amor y paciencia.
Ezequiel 22 – Hechos 27:13-44 – Salmo 37:16-22 – Proverbios 12:13-14