El arte de la navegación ha progresado mucho desde que nuestros lejanos ancestros lanzaron la primera balsa en el mar. Todas las partes de una embarcación y los aparatos que la conforman han sufrido continuas innovaciones. Una pieza, sin embargo, ha cambiado poco: el ancla. Ella se hunde en lo invisible para buscar el suelo firme y fijarse sólidamente. El barco puede ser sacudido, pero si el cable es sólido y el ancla está bien fijada, ninguna tempestad se lo llevará…
Dondequiera que usted esté, en todo su vigor o en el ocaso de la vida, eche el ancla de su esperanza hacia esa roca siempre accesible: ¡Jesucristo, el Hijo de Dios! El cable representa las promesas divinas que nos unen a Cristo; él es esa roca segura e inquebrantable, cualquiera que sea nuestra situación.
Qué consuelo para todos los que, por la fe, se han aferrado a esas promesas y a la esperanza de estar pronto y para siempre con el Señor en el cielo, esperanza que “tenemos como segura y firme ancla del alma” (Hebreos 6:19).
Jeremías 32:26-44 – 1 Corintios 8 – Salmo 102:16-22 – Proverbios 22:14