“Cuando era niño jugaba bajo las palmeras datileras a orillas del río Nilo. Más tarde estudié el Corán y terminé siendo un buen musulmán. Oraba cinco veces al día, postrado en tierra en dirección a la Meca, y respetaba el ramadán.
Estudié en Alemania, y allí escuché hablar de Jesús. Para mí, Jesús no era más que un profeta. Conocí a un cristiano con quien me gustaba hablar; yo estaba convencido de que lo convertiría al Islam.
– ¿Qué pasa con tus pecados?, me preguntó.
– Oro, y me serán perdonados.
– Entonces Dios no es justo. ¿Sobre qué base puede él cerrar sus ojos?
No supe qué responder. Los musulmanes hacen un peregrinaje a la Meca una vez en su vida. Corren siete veces alrededor de la Piedra Negra y creen que serán liberados de sus pecados. Yo no creía realmente esto.
Compré un Nuevo Testamento y lo leí. ¡Qué mensaje tan diferente del que había recibido! Un mensaje de amor, pero también de justicia. Dios amó tanto a los hombres que dio a su Hijo unigénito. Sí, el”Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí“(Gálatas 2:20). Mis pecados fueron borrados. ¿A qué precio? Al precio de la muerte de Jesús en la cruz. Todos los fundadores de religiones son pecadores. Jesús es el Hijo de Dios. Él murió para expiar los pecados de todos los que creen en él, y ahora yo soy uno de ellos”.
Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Números 28 – Lucas 6:20-49 – Salmo 85:1-7 – Proverbios 19:20-21