«Muchos de mis amigos pensaban que era demasiado peligroso volver a China como misionera, contó Annie Skau. De hecho, en 1945 había guerra. Sin embargo, tenía la convicción de que mi trabajo entre los chinos no había terminado. Así que deseando hacer la voluntad de Dios, tomé esta decisión: no pediría dinero a nadie para mi viaje. Si el Señor quería que volviera a China, él me proveería lo necesario.

Una noche hablé de mi labor misionera en una reunión de jóvenes en el sur de Noruega. Después de la reunión, dos chicas jóvenes, hermanas gemelas, se me acercaron y me hablaron de su sueño de poder comprar un piano. Con este propósito habían trabajado como jornaleras durante seis años… ¡Pero ahora ambas estaban convencidas de que debían dar ese dinero a Annie Skau para su regreso a China!

Muy agradecida, pero al mismo tiempo triste, rechacé la oferta, pero estas dos hermanas insistieron tanto que terminé aceptando su ofrenda. Si debía volver a China, esperaba que el Señor animara a los cristianos más ricos a pagar mi viaje. ¿Por qué pedir a dos chicas trabajadoras que renunciasen a sus ahorros por mí? ¡Pero sabía que no debía preocuparme, pues el Señor no tiene deudas con nadie! El tiempo lo demostró una vez más. Años más tarde me enteré de que las dos chicas se habían casado y que cada una tenía un bonito piano en su casa».

“Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo” (Lucas 6:38).