«No te culpabilices por eso, no sirve para nada, te haces mal a ti mismo, y no lo puedes remediar». Hoy en día a veces se oyen estas palabras. Pretenden ser una respuesta a los sentimientos de culpabilidad que nos carcomen; pero tienden a acostumbrarnos al mal, y no resuelven el problema de fondo.
De hecho, lo importante no es lo que nosotros pensamos sobre nuestra vida, sino lo que Dios piensa de ella. Por eso debemos leer la Biblia con fe y humildad. Ella es la luz que ilumina nuestra conciencia y nos libera de falsos sentimientos de culpa. Pone en evidencia nuestras faltas, pero también proclama el perdón de Dios. Solo la paz divina puede tranquilizar nuestra conciencia. En lugar de negar o reprimir nuestras faltas, confesémoslas a Dios y gustemos su perdón. “Mientras callé, se envejecieron mis huesos… Mi pecado te declaré… y tú perdonaste la maldad de mi pecado”, escribió David (Salmo 32:3-5). En este salmo David canta la felicidad de ser perdonado.
¡Cuán importante es para el cristiano cultivar una buena conciencia! Lo haremos si somos cada vez más sensibles a lo que Dios nos dice. Si el Señor nos anima a pedir perdón a alguien, hagámoslo enseguida. Cuanto más conscientes seamos del amor de Dios, más prontos estaremos a reconocer nuestras insuficiencias y a discernir las oportunidades para obrar bien; no por nuestras propias fuerzas, sino solo por la gracia de Dios.
Éxodo 23 – Hechos 17:1-15 – Salmo 32:1-4 – Proverbios 11:11-12