Desde el principio de la Biblia, la historia de Abraham y su hijo Isaac (Génesis 22) simboliza el amor de Dios por su Hijo Jesús. Dios toma como ejemplo el amor de un padre por su hijo para mostrarnos el amor que nos tiene. “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16), esa es su naturaleza.
El evangelio de Juan revela de manera especial el amor entre el Padre y el Hijo: “El Padre ama al Hijo” (cap. 5:20). “Amo al Padre”, dijo Jesús (cap. 14:31). Para expresar esta comunión profunda y perfecta, Jesús dijo a Felipe: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (cap. 14:10). Este amor filial de Jesús por su Padre motivó su venida a la tierra, su vida de obediencia y devoción, y su sacrificio en la cruz para salvarnos (cap. 14:31). Negar que Jesús es el Hijo de Dios, el centro del amor eterno de su Padre, es negar al Dios de la Biblia y toda la Biblia.
Pero a los que reconocen que Jesús vino a la tierra para revelar al Padre, a los que creen en su nombre, “les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Los introdujo en esta maravillosa relación. “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”, fue el mensaje que envió a sus discípulos la mañana de su resurrección (Juan 20:17). Jesús quiere compartir con todos los que creen en él el amor infinito que unió al Padre y al Hijo. Él nos dice: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado” (Juan 15:9). Y dice a su Padre: “Los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:23).
Éxodo 29 – Hechos 20:17-38 – Salmo 34:1-6 – Proverbios 11:23-24