«Cuando tenía 15 años asistí a un campamento cristiano. Todas las noches había una reunión para estudiar la Biblia. El predicador pronunció justo las palabras que yo necesitaba escuchar. Con sencillez, explicó el gusto innato del ser humano por la libertad y la felicidad. Citó las palabras de Jesús: “Yo soy el buen pastor”. Insistió en la ilusión de creerse libre fuera del redil del buen Pastor. También explicó que un príncipe malvado, llamado Satanás, reina en el mundo. El buen Pastor es el Hijo de Dios, Jesús, quien vino a vivir a la tierra. Solo él puede entendernos perfectamente. También es el único que puede quitar nuestros pecados, porque él mismo, aunque no tenía pecado, los expió en la cruz. Él es el único que puede librarnos del poder que el diablo trata de ejercer sobre nosotros. ¡Solo Jesús da la verdadera libertad y felicidad!
Yo dudaba, pesando los pros y los contras. Pronto comprendí que por mí misma era incapaz de resistir a las tentaciones. Hacía el mal que no quería hacer, y no hacía el bien que me gustaría hacer. Consciente y voluntariamente decidí confiar en Jesús, seguirle, escuchar su Palabra, obedecerle. Estaba convencida de que él me daría la verdadera libertad, la verdadera felicidad. Empecé a leer la Biblia asiduamente, y esta lectura transformó mi vida.
Lo que creí a los 15 años, hoy, a los 86, sé que es verdad, porque lo he vivido. He tenido la protección del Señor todos estos años».
Éxodo 30 – Hechos 21:1-16 – Salmo 34:7-14 – Proverbios 11:25-26