Enoc, ese patriarca de antes del diluvio, es un personaje extraordinario. Es conocido especialmente porque fue una excepción a la ley universal de la muerte. La historia de cada uno de sus antepasados y descendientes termina con un trágico: “Y murió”. ¡Pero no la de Enoc! “Desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24).
Enoc caminó “con Dios”, y en esto dio “testimonio de haber agradado a Dios” (Hebreos 11:5). Su conducta, sin ser destacada por un acontecimiento particular, recibió la aprobación divina.
Además Enoc tenía un secreto. En hebreo su nombre significa iniciado, instruido. Dios le había revelado lo que iba a hacer: ejecutar el juicio sobre un mundo de impíos. Su profecía, recordada en la epístola de Judas, confirma lo que él sabía y lo que dirigía su conducta (Judas 14-15). El mundo donde vivía estaba condenado a corto plazo. Esto hacía de Enoc un extranjero en la tierra.
Nosotros los cristianos también somos extranjeros en esta tierra. Instruidos en cuanto al porvenir del mundo y al nuestro, esperamos el retorno del Señor Jesús por los suyos. Puede venir hoy. Entonces los que le aceptaron como su Salvador no pasarán por la muerte. Súbitamente serán transformados y llevados al encuentro del Señor en el aire, con la inmensa multitud de creyentes resucitados y arrebatados (1 Tesalonicenses 4:16-17).
¿Es también el secreto y la esperanza de cada uno de nuestros lectores?
Éxodo 15 – Hechos 11 – Salmo 29:1-6 – Proverbios 10:27-28